Hace un año, tres días antes de empezar a jugar el Abierto de Estados Unidos en Farmingdale, Angel Cabrera repasaba sus objetivos en una charla con Clarín y los resumió en la siguiente frase: “Trabajo para ser el número 1”.
El espíritu de esa búsqueda se mantiene vigente para el golfista de Villa Allende en la puerta de otro U.S. Open, que se iniciará hoy en Pebble Beach, California. Dicho de otra manera, este hombre de 40 años, de físico macizo y de pocas palabras, en la madurez de la vida y de su actividad como deportista, intenta ser el mejor de todos en un jueguito altamente competitivo, donde pocos son los que logran sobresalir.
Vale la pena una referencia: el Pato cordobés ya pertenece a la elite del golf, conclusión a la que puede llegarse diciendo que apenas 42 jugadores consiguieron en los últimos 150 años más triunfos que los suyos en las competencias superlativas, llamadas Majors.
¿Qué son los Majors? Aquellos campeonatos integrantes del Grand Slam, a saber el Masters de Augusta, este Abierto de Estados Unidos, el Open Británico y el Campeonato de Profesionales (PGA) estadounidense.
Cabrera demostró en su campaña internacional un apetito especial por este tipo de competiciones, quedándose con el título en dos de ellas (Abierto de EE.UU. en el 2007 y el Masters, el año pasado) y terminando ocho veces entre los diez mejores clasificados.
En golf, como en el tenis, tener en el currículum conquistas de esta jerarquía implica pertenecer a un grupo selecto, tan exclusivo que son muy pocos los que pueden llegar y muchos menos los que logran mantenerse.
Cabrera consiguió ambas cosas en las últimas tres temporadas y sigue consolidándose como un profesional al que sus colegas respetan por su extraordinaria habilidad en el juego largo y medio, especialmente.
Claro que una vez instalado en ese reducido grupo de privilegiados, el trabajo se multiplica y resulta cada vez más sofisticado. Por eso, las máximas figuras suelen tener el asesoramiento de gurúes en este deporte. Son especialistas que corrigen esos pequeños detalles que construyen las grandes diferencias entre los campeones de un torneo y aquellos que capturan los grandes campeonatos.
Cabrera, por supuesto, tiene el suyo y se llama Charlie Epps, un estadounidense de 65 años que vivió un año y medio en Buenos Aires y períodos menores en Alta Gracia y en Villa Allende. Igual que el año pasado, Epps convocó esta vez a Cabrera a la academia de golf que dirige en Houston, Texas. El cordobés estuvo allí el viernes y el sábado pasados; el domingo se trasladó a Pebble Beach, donde el lunes y el martes compartió vueltas de práctica con el otro argentino que participará en este Abierto, el puntano Rafael Echenique, con el colombiano Camilo Villegas y con el español Miguel Angel Jiménez, otros dos competidores del más alto nivel.
“Angel está de muy buen ánimo, con mucha confianza y pegando muy bien. Este debería ser un gran torneo para él”, anticipa Manuel Tagle, su manager, quien lo acompaña en esta nueva y exigente aventura.
Cabrera estará rodeado por una cara familiar en las cuatro jornadas: Angelito , uno de sus dos hijos, le llevará la bolsa de palos en un terreno en el cual los greens (rápidos, muy duros, donde es sumamente difícil parar la pelota) y el rough o pasto alto (aunque no tan terrible como en otras ocasiones) pueden convertirse en trampas o dificultades habituales. Sin embargo, el peor adversario será el viento, habitué en esta cancha recostada sobre el océano Pacífico.
Allí, en un terreno con misterios que sólo los artistas del deporte de los palos y de la pelotita logran descifrar, Cabrera construye los sueños del Tri, la búsqueda de su tercer conquista mayúscula. Esa que le abriría las puertas para un objetivo superior, pero al alcance de su talento: tratar de ser el mejor de todos.
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